Firma Invitada: Mercedes Ruiz
“Aceptar nuestra vulnerabilidad en lugar de tratar de ocultarla es la mejor manera de adaptarse a la realidad ” (David Viscot)
De esto va la vida: de aceptar aquello que no esperamos, de asumir lo inevitable, de adaptarnos a lo imprevisto. Cada mañana en mi cabeza suena ese “preparados, listos, ya” que me retrotrae al patio del recreo de mi cole, ese sonido recurrente unido a aquellos juegos infantiles atemporales, como el pilla pilla y el escondite, que nos permitían desconectar de materias y reconectarnos con las amigas. Esos juegos que, lamentablemente han pasado a un segundo plano en esta sociedad donde todo, hasta jugar, se ha convertido en algo virtual.
Nunca se está preparada para todo, a veces la incertidumbre, el miedo a lo desconocido, o la certeza de lo previsible nos sigue paralizando. ¿Quién no ha escondido la cabeza bajo las sabanas cuando de pequeños e inocentemente, esperábamos que aquel o aquello que nos asustaba pasara de largo sin advertir nuestra presencia? Actitudes infantiles que permanecen con nosotros en nuestra madurez, para que de vez en cuando nos concedamos la licencia de olvidar a un lado esa coraza de baluarte y dominio absoluto de la situación, para reconocernos que no somos infalibles, que tenemos el derecho y la obligación de flaquear ante las adversidades. Las emociones no deben reprimirse, y a menudo lo hacemos porque creemos que se es más fuerte cuanto menos emocional eres. La sensibilidad no está reñida con la fortaleza mental o física, el pragmatismo no es sinónimo de resistencia. Cada uno gestiona emociones, frustraciones y esperanzas de forma diferente, con las herramientas y recursos que traemos de serie y con las que vamos recogiendo de las experiencias vividas. Todos los días tenemos una nueva oportunidad para recomponernos, para recomenzarnos, para renovar esperanzas e ilusiones, todos los días la vida nos regala 24 horas para respirar entusiasmo y aparcar lejos de nosotros hechos o personas que no nos aportan felicidad en cualquiera de sus formas.
“Esta vez todo saldrá bien”. Llevo prácticamente toda mi vida reinventándome, resurgiendo de mis cenizas como el ave Fénix. Aunque cada vez me quedan menos plumas intactas, en este camino de continuo renacer he perdido las más vistosas, aún y así todavía conservo las timoneras, las que me ayudan a ubicar la dirección de mi vuelo. También, como el Fénix, conservo y creo en el poder de curación de las lágrimas, de las lágrimas sentidas, las que brotan de forma espontánea e incontrolada, como decía San Agustín “Las lágrimas son la sangre del alma”, y el alma es lo más valioso que tenemos, es la energía que nos hace únicos, es una cualidad inmaterial que nos define y nos diferencia. Cuando decimos “he puesto el alma” a la hora de hacer algo, es porque hemos puesto todo de nosotros para que “esta vez todo salga bien”.
“Esta vez no será así” nos grabamos en la mente cuando deseamos que algo nuevo que llega a nuestra vida no tenga un mal final. “Esta vez todo saldrá bien”, me repito como un mantra, esperando que efectivamente esta vez se alineen los planetas, se alíe la suerte conmigo y permita que todo lo bueno que está por llegarme lo haga por vía express, que a estas alturas de mi vida, ya me urge disfrutar sin esperas y sin peajes. Conservo los mejores momentos vividos en papel de seda blanco, para protegerlos del tiempo y las inclemencias, y de vez en cuando hago un copia y pega con la ilusión de revivirlos. De los malos momentos he aprendido que siempre pasan, que dejan poso, pero que el tiempo, ese juez implacable y uno de los empiristas más influyentes, también te da pistas para reconvertirlos en sabiduría.
De esto va la vida: de aceptar lo irremediable, de asumir lo ineludible, de adaptarnos a lo inesperado.
Alea iacta est