Teresa Viedma / Firma Invitada
Nunca es tarde para aprender, todo lo contrario, a medida que vamos cumpliendo años adquirimos más conocimientos de todo tipo: culturales, emocionales y racionales.
La experiencia acumulada de libros leídos, idiomas aprendidos, estudios cursados, trabajos realizados, países visitados y culturas descubiertas va impregnando nuestra piel y nos ensancha la mente, aportándonos una perspectiva del mundo muy distinta a esa primigenia con la que crecimos y que, erróneamente, creíamos que era la única. Todo ayuda. Pero sin lugar a dudas, lo que más enseña es cuando la vida te da una patada en la boca y te pone de nuevo los pies en la tierra. Es entonces cuando aprendes qué es lo importante y, sobre todo, a quién le importas. Porque puede suceder que tus circunstancias, favorables un día, pasen al siguiente a ser espeluznantes, o al menos diferentes, y eso ya asusta, si no a ti, sí a tu público, que ni siquiera el más viajado suele ser tan ancho de miras como se le supone. Y puedes estar estupendamente, a pesar del cambio de circunstancias, mejor incluso que en la época conocida como boyante, pero tu público no perdona, no señor.
Justo en ese momento empieza el juego de tener o no tener, juego que no hay que confundir con la famosa película de Howard Hawks, «Tener y no tener», que, si os fijáis, lleva la copulativa y no la disyuntiva… A lo que iba, cuando tus circunstancias cambian, por lo que sea, y te ves obligado a reinventarte de nuevo te sorprendes porque no tienes miedo, ni siquiera estás incómodo, sino que te sientes como Leonardo di Caprio en «El renacido» y piensas que es una buena oportunidad para luchar por esos sueños que hace mil años dejaste a un lado para “triunfar”.
Y, entonces, cargado de ilusión te pones manos a la obra. Y eso está bien, sobre todo si para cumplir ese sueño no necesitas a nadie, o para ser benévola diré: a casi nadie, porque parece ser que es de obligado cumplimiento que los mal llamados “amigos” empiecen a carburar y darle vueltas a ese juego de tener o no tener. Porque una cosa está clara y es que ya no tienes carguillo que les sirva de aliciente y acicate para tenerte en su lista de personas que proceden, también llamadas convenientes, y comienzan a hacer cábalas con la duda eterna de si tu cuenta corriente, que imaginaban siempre inflada, seguirá estándolo. Otro problema añadido es que tampoco están seguros ya de si realmente tienes o no tienes un futuro prometedor.
Tener o no tener, esa es la cuestión. Y tú, que, como digo, eres un iluso porque sigues teniendo sueños, te preguntas por qué ya no te llaman algunos de los que antes se mataban por hablar contigo.
Sencillamente es que ahora ya no saben qué hacer contigo. Entiéndelo, sin proponértelo has trastornado a alguno que otro porque a ver si van a contar contigo y luego resulta que no les trae cuenta.
Durante un tiempo, breve, te cuesta entender todo este juego de tener o no tener porque tú, estúpidamente ajeno a la meritoria que has perdido, sigues creyéndote la misma persona. Pero no, ellos no lo ven así. Necesitan una certificación bancaria con saldo y movimientos y un contrato proforma que contenga la promesa de otro pronto carguillo para invertir su tiempo, ya sea en una llamada, un café o en estrechar la mano, con la seguridad de que eres alguien que «sí tiene».
Y es que como dice el viejo blues de Jimmy Cox, popularizado por Bessie Smith: «Nobody knows you when you’re down and out» («Nadie te conoce cuando estás abajo y fuera«).
Hasta aquí todo claro y ni qué decir tiene que hay honrosas excepciones, unas esperadas y otras no, lo cual gratifica bastante. Pero claro, el problema de entendimiento se presenta cuando uno más que de tener o no tener, es de ser o no ser leal, coherente, consecuente, honesto, honrado, desinteresado, de corazón noble y, sobre todo, buena persona; atributos todos ellos que no entran en el juego de tener o no tener porque, realmente, si me pongo a pensar en este juego, lo único que importa es la vergüenza: si se tiene o no. Todo lo demás me lo paso por el forro y al que no le guste, que se aguante. Porque puestos a aprender, ya he aprendido.